Llegó un día en que la presión se hizo insoportable.
-Papá, es que todas mis amigas lo llevan…
Ahí es cuando un padre suspira y, tras gastar los argumentos racionales -que no han funcionado y han sido siempre contestados con un simple “jo”- cita a Fulano por el diminutivo.
-Ya, y si Fulanito se tira por una ventana, ¿vas tú detrás?
Pero los padres sabemos que la casuística propia de Fulanito no hace mella en la prole más allá de unos segundos de condescendiente silencio, y que al final esos ojos lindos mirarán suplicantes.
-Te prometo que nunca copiaré a Fulanito…
Y es entonces cuando te desarma, porque ves candor en esa confesión aunque ella, seguramente, en lo que se ha fijado es en que no hay Fulanito ninguno en su colegio y por ello tiene fácil cumplir su promesa. Y cedí.
No sé para ti, pero imagina lo que para mí supone acabar comprando en el súper el famoso paquete de pan Bimbo. Cuando le preparaba el bocata de la merienda escolar tenía la sensación de que mis botecitos de masa madre me miraban con odio desde los estantes…
No quiero entrar aquí a debatir sobre las bondades o perfidias del pan Bimbo, porque ya no es eso, sino un ataque al amor propio de quien hace sus pinitos en el mundo de la harina. Lejos de arredrarme, decidí plantarle cara y aparqué por un tiempo mis bollos y hogazas para estudiar el pan de molde. La batalla fue breve y tampoco me hizo falta desfondarme en la pugna.
Salió del horno un pan lleno de dignidad, y aunque yo en masas tiendo más a lo monárquico, aquel plebeyo cocido en el molde resultó ser un buen caballero, sobre todo si te gustan las tostadas cortadas con ancho especial (dos dedos, a la portuguesa) o necesitas montarte un sándwich que no se te deshaga al primer empuje del agua del tomate. Y sí, no hizo falta volver a visitar los anaqueles del súper para las meriendas del cole. Al final, con esta sencilla receta de Ibán Yarza (Pan casero, Larousse), conseguí vencer a la industria panificadora. Parecía más difícil la batalla vista desde fuera pero al final, para tomar Troya, solo hizo falta un buen carpintero.


Pan de molde (o la lucha contra la industria)
¿QUÉ VAS A NECESITAR?
- 1 bol
- 1 pincel de acero y silicona
- 1 bandeja de horno
- 1 rasqueta de panadería (opcional)
Ingredientes
- 300 g harina panadera El Amasadero
- 90 g agua
- 90 g leche
- 30 g mantequilla
- 15 g azúcar
- 6 g sal
- 2 g levadura seca de panadería
Elaboración paso a paso
- Dispón todos los ingredientes en un bol y mézclalos. Deja reposar esa masa tapada durante diez minutos y amásala después sobre la encimera, sin enharinar. Es una masa muy fácil de trabajar y en poco tiempo pasará de pegarse en los dedos a tener una superficie tersa. Dos o tres minutos bastan.
- Deja que fermente en el bol tapado durante un par de horas. Si tu cocina no es muy cálida (por debajo de 21 grados) te vendrá bien acercar el bol a un radiador, sin pegarlo, para que suba en ese tiempo. Si no, espera una hora más.
- Cuando notes que la masa está lista, vuélcala sobre la encimera y desgásala bien, apretando con las manos para evitar grandes burbujas en el resultado final. Estira la masa y hazle dos pliegues que se unan en el centro. Dobla una mitad sobre la otra y vuelve a plegar del mismo modo. Trabaja la masa sobre la mesa empujando con las palmas hacia ti primero y con los pulgares hacia fuera después hasta conseguir una superficie homogénea, tensa y bien sellada en los laterales. No deben quedar juntas o grietas por las que pueda abrir el pan.
- Introduce la masa en un molde untado con mantequilla, cúbrelo y deja que fermente otras dos horas. Más o menos hasta que doble su volumen. Píntalo con leche y mete en el horno precalentado a 220 grados, en la bandeja de abajo. Déjalo 30 minutos, sácalo y desmóldalo y vuelve a ponerlo sobre la rejilla del horno cinco minutos más para que las partes en contacto con el molde cojan algo de color.