Dispón todos los ingredientes en un bol y mézclalos. Deja reposar esa masa tapada durante diez minutos y amásala después sobre la encimera, sin enharinar. Es una masa muy fácil de trabajar y en poco tiempo pasará de pegarse en los dedos a tener una superficie tersa. Dos o tres minutos bastan.
Deja que fermente en el bol tapado durante un par de horas. Si tu cocina no es muy cálida (por debajo de 21 grados) te vendrá bien acercar el bol a un radiador, sin pegarlo, para que suba en ese tiempo. Si no, espera una hora más.
Cuando notes que la masa está lista, vuélcala sobre la encimera y desgásala bien, apretando con las manos para evitar grandes burbujas en el resultado final. Estira la masa y hazle dos pliegues que se unan en el centro. Dobla una mitad sobre la otra y vuelve a plegar del mismo modo. Trabaja la masa sobre la mesa empujando con las palmas hacia ti primero y con los pulgares hacia fuera después hasta conseguir una superficie homogénea, tensa y bien sellada en los laterales. No deben quedar juntas o grietas por las que pueda abrir el pan.
Introduce la masa en un molde untado con mantequilla, cúbrelo y deja que fermente otras dos horas. Más o menos hasta que doble su volumen. Píntalo con leche y mete en el horno precalentado a 220 grados, en la bandeja de abajo. Déjalo 30 minutos, sácalo y desmóldalo y vuelve a ponerlo sobre la rejilla del horno cinco minutos más para que las partes en contacto con el molde cojan algo de color.
Notas
Para evitar que la corteza superior se tueste demasiado puedes taparlo a media cocción con un trozo de papel de aluminio que retirarás poco antes de sacarlo del horno.