Haz el refresco de la masa madre la noche anterior.
Al día siguiente mezcla en el bol todos los ingredientes menos la sal. Amasa un poco y deja reposar unos 45 minutos con el bol tapado.
Añade la sal (espárcela sobre la mesa y amasa encima). Puedes emplear el amasado francés, ya que la masa es muy húmeda. No te mates. Amasa unos segundo y deja reposar unos minutos para volver a amasar brevemente. Repite el proceso tres o cuatro veces, hasta que veas que la masa queda tersa y lisa. Mete de nuevo en bol y tapa con una bolsa de plástico o film transparente.
Deja fermentar unas tres horas (mi cocina está a unos 20 grados, algo menos de tiempo si hace más calor, más si hace más frío).
Saca la masa y divídela en dos. Bolea en forma redonda o ligeramente alargada (en este momento da igual) y deja reposar sobre la mesa enharinada, cubriendo con un plástico.
Un cuarto de hora después dale forma a las barras.
Pliega en tres longitudinalmente la masa extendida en forma de rectángulo y sella bien las uniones apretando con las dos manos y haciendo rodar sobre la mesa como si hicieras rollitos de plastilina, aunque con menos fuerza.
Pon las barras en el lino enharinado y cúbrelas con el propio lino.
En una hora y tres cuartos deberían estar listas.
Ahora viene lo más complejo: pasarlas a la bandeja del horno. Puedes cogerlas con las manos, pero corres más riesgos que si, sencillamente, las haces rodar hasta la bandeja con papel de horno.
Si no tienes una cuchilla de panadero, emplea un cuchillo fino y bien afilado para hacerles los cortes paralelos y oblicuos a lo largo de la barra.
Antes de meterlas en el horno rocíalas con agua con el espray vaporizador. Si no lo tienes, salpícalas con la punta de los dedos mojando las manos. En la base del horno vierte, en un recipiente metálico, un dedo de un vaso de agua y mete las barras en la bandeja baja con el horno precalentado a 240 grados. En 25 minutos deberán estar doradas y listas.