
La señora de la tienda me miró dos veces y me dijo: “Ten cuidado con eso”. La caja de chiles cantó bajo el código de barras y entró en la bolsa. ¿Cuidado? Eso mismo me decía yo a mí mismo mientras pensaba en lo que iba a perpetrar. Era un día húmedo y caliente del final de la primavera, de esos en los que solo se intuyen peligros. Banh mi… Desplegué el arsenal de ingredientes sobre la mesa y los contemplé con estupor. ¿Pero qué estoy haciendo? No tenía muchos precedentes de combinaciones similares.
Recordaba un bocata de un bar de mi coruñesa avenida de Finisterre que figuraba en la carta bajo el nombre de “Soldado” y mezclaba huevos con lomo, mayonesa, atún, beicon, huevos fritos y algunos otros elementos más hasta dar con una anchura digna de un puente para salvarla.
¡Dejadme solo! Cerrado en la cocina abrí la ventana en una tarde pesada en la que empezaba a llover. Mezclé los encurtidos y las sedosas lonchas de cabeza de jabalí -no nos engañemos, morro prensado- con el resto de ingredientes. Con cautela, metí una rodaja fina de chile en la boca, y vi claro en dos segundos que todo aquello iba a estallar, y que aquella mezcla tenía más peligro que la fisión atómica. Con dudas, calibré unas modestas cantidades de chiles y cilantro y abrí una cerveza para tener a mano con la que apagar el incendio. Entonces abrí la boca y probé, y noté que algo extraño ocurría, y que mi lengua intuía presencias, pero no registraba agresiones soñadas. Entonces algo me llevó a coger de nuevo el cuchillo y a picar chiles y cilantro como si no hubiera un mañana, y a meter todo aquello dentro del pan. Y sucedió. Cerré los ojos y entendí que el banh mi no era un juego para pusilánimes, era algo más sagrado, una combinación de sabores que lograba el equilibrio en la guerra. Lo vi venir como un tiro de colesterol directo al pecho, pero me equivocaba, porque el cilantro centrifugaba con sus aromas de selva amansada la virulencia opuesta de las sardinas, y porque el rojo chile se batía en la boca sin poder incendiar un paladar suavizado por el pepino y protegido por la untuosa esencia del cerdo prensado… Cerré los ojos e imaginé a Olimpia asomándose a la ventana de palacio, en las alturas de las suaves colinas macedonias:
-¡Alejandro! ¡A merendar!
Y vi al chaval, a sus 16 años, corriendo entre olivos de vuelta a casa seguido con la lengua de fuera por su maestro, el viejo filósofo.
-¿Qué hay de merendar?
-Este bocadillo.
Y vi a Alejandro hincarle el diente al banh mi en el balcón, cerrar los ojos e inspirar con fuerza el aire limpio de la tarde griega.
-Venga, maestro, nos vamos.
Le diría Alejandro, con una hoja de cilantro pegada aún a un diente, al comedido Aristóteles.
-¿De vuelta al estudio?
-¿Al estudio? A conquistar.
-¿A conquistar qué?
-¡Qué coño va a ser! Oriente.

Banh mi (Vietnam): ¿tienes miedo?
Ingredientes
- 1 baguette o barra de pan
- 1 paté de pato , pollo o cerdo
- mayonesa
- cabeza de jabalí , mortadela de calidad o, si puedes conseguirlo, chả lụa
- carne (la que te apetezca) a la brasa, asada o a la plancha, o sardinas en conserva.
- cilantro fresco en abundancia
- zanahoria y nabos encurtidos (explico más adelante como prepararlo)
- pepino fresco cortado en láminas finas
- chiles frescos
Elaboración paso a paso
- Empezamos preparando los encurtidos, cortando en tiras 3 zanahorias medianas y un nabo (o 1/4 de daikon) y frotándolas con 1 cucharada de sal y 3 de azúcar hasta que empiecen a soltar líquido. Las dejamos así media hora y luego cubrimos con un vinagre de arroz u otro vinagre suave. Guardadas en la nevera, duran un par de semanas.
- Abre el pan por la mitad y quítale miga para dejar espacio a lo que viene después.
- Unta con paté y mayonesa.
- Cubre con la cabeza de jabalí o mortadela.
- Añade la siguiente capa de carne.
- Ahora no subestimes el poder de las hortalizas y sé generoso con las siguientes capas: zanahoria y nabo encurtido, pepino, cilantro y chiles.
- Tapa. Muerde. Conquista.
Buenísimo! Casi me como la foto….
Cuando no hay chiles uso una salsa mexicana marca «Cholula» que se consigue online o en las tiendas físicas que la misma empresa importadora de productos de USA tiene en España.
Viví muchos años en Houston, Texas y me habitué a las comidas Tex-Mex. Un día le dije a mi vecino mexicano que yo usaba Tabasco. Respuesta?: «hermano, éso es muy suave y sólo sirve para unos huevos rancheros para el desayuno!»
Sin comentarios!
Ricardo, conozco la salsa. Tengo un amigo en Connecticut que siempre tiene un bote a mano para echársela a la empanada. Vicios adquiridos después de trabajar muchos años en Aguascalientes 😀
¿Has probado una especie de chupachups alargados de tamarindo que tienen una cobertura de chile y sal? Comiendo esas chucherías de niños, ¡no me extraña que de mayores el Tabasco les parezca algo suave!