El día que Andrés dijo que me enviaba un molino para probarlo, asaltaron mi mente curiosos pensamientos. Los molinos y sus molineros y molineras forman parte de la literatura y la cultura populares. Lo de encontrarse a solas con el molinero o la molinera pasó a ser un mito erótico. Hay obras desde el Cancionero al romanticismo nórdico que exploran la sensualidad del molino, y libros menos sensuales y más sesudos, como el de George Eliot en El molino del Floss. También existe una canción popular gallega que dice lo siguiente: “Unha noite no muíño, unha noite no muíño, unha noite non é nada. Unha semaniña enteira, unha semaniña enteira, iso si que é muiñada”. Creo que no hace falta que traduzca la letra, seguida de varios “ailalelos”.
Muy sutil no es la estrofa, pero no hay que olvidar que la canción popular gallega es al romanticismo alemán lo que el chuletón a la quinoa, y que en el fondo los germanos sensibles del XIX lo que añoraban era la semana con la molinera o el molinero, por mucho que citasen profusamente a Schelling y a Schiller.
En verdad que Cervantes llevó los molinos a su famosa estampa bélica, pero seguro que acabó así porque eran de viento. Si fueran de río los gobernaría la añorada Dulcinea y don Quijote hubiese porfiado por otras luchas.
Todo eso pensaba de modo gratuito, seguramente con la añoranza de fondo de haber sido molinero en otra época, deseo que pronto vería cumplido.
Ahora bien, tras desempaquetar (ahora le llaman hacer el “unboxing”) el molino Mockmill 100 me encontré con un aparato más serio de lo previsto. Realmente tiene cara señor serio, concretamente de señor serio de la isla de Pascua. Pronto lo emparejé con la licuadora, con la que guarda un aire de familia, pero no hicieron buenas migas: mi licuadora es mucho más sucia.
Mockmill, finalmente, me convirtió en molinero.
El aparato nada tiene que ver con las nuevas tecnologías: ni es digital, ni tiene pantalla, ni se conecta a Internet… Por todo eso lo quiero más. Dentro lleva dos ruedas de piedra que giran al encender el interruptor. Lo único que tienes que hacer es seleccionar el modo (del uno al diez) según el tipo de cereal que la vayas a echar. La cifra para cada uno figura en el manual de instrucciones, así que no caben muchas dudas. Seleccionas el número moviendo una palanquita, arrancas, llenas la tolva con lo que quieras moler y recoges la harina en un cuenco, igual que en un exprimidor pero manchando mucho menos.
Lógicamente no vale para trasegar sacos de grano, pero sí es relativamente rápido para dar cuenta, por ejemplo, de medio kilo de espelta. El Mockmill sirve para cualquier cereal, pero también puedes usarlo para moler garbanzos, lentejas y otras legumbres secas. Probé con los garbanzos con excelentes resultados, eso sí, mejor no lo hagas de noche si tienes vecinos porque silencioso, con productos tan duros, no es. Más o menos al nivel de una lavadora centrifugando.
El molino lo puedes usar también para moler especias: clavo, cardamomo y otras, ahorrándote la gimnasia de zurrarle a las vainas en el mortero. A diferencia de la licuadora (lo siento, los comparo porque se parecen) no manchas nada, y si después de las especias quieres moler de nuevo cereal, basta con desechar lo que sale de los primeros granos para no mezclar sabores.
Tras varios días de prueba comprobé que el erotismo de los molinos hay que buscarlo en otros lugares. También es cierto que nadie me llamó para venir a moler grano… No será sensual, pero sí es un aparato útil que te permite enriquecer tus panes haciendo en casa tu propia harina de semillas y cereales. No sirve para moler frutos secos ni ningún otro producto que en su interior contenga grasas o aceites. En caso de duda, el fabricante contesta amablemente por correo electrónico en poco tiempo.
Su utilidad para moler especias podría parecer una cosa menor, pero si se te da por la cocina india verás como le sacas partido. Puedes hacer harina con habas, con arroz, con lentejas… y lanzarte a toda suerte de experimentos panaderos con esos productos.
Tiene, claro,una limitación: de aquí no saldrán harinas refinadas, solo integrales, lo que limita su uso en panadería y, sobre todo, en repostería. Pero es, sin duda, un buen complemento para enriquecer tus panes con nuevas harinas. Y además hace buena pareja con el exprimidor de naranjas y no ocupa mucho más espacio que él.
¡Hola Rodrigo1
Después de leer este blog he «picado» y me he comprado el Mockmill 200 😉
Este fin de semana quiero probarlo pero tengo una duda respecto a la proporción de agua a usar, porque he leído por ahí que se debe quitar hasta un 25% del agua en la mezcla inicial (pre autolisis) y, si acaso, añadir poco a poco parte de ese 25% durante el amasado. ¿Es correcto?
Estoy interesada en el molino. Infòrmame de precio y condiciones
Graciasssss
Eugenia
Eugenia, puedes ver los molinos en nuestra web: https://www.elamasadero.com/79-molinos-de-piedra-mockmill