Calienta la manteca en la sartén. Cuando empiece a hervir, apaga el fuego y añade el sésamo y la matalahúga. Con el calor, el sésamo se tostará y el anís soltará todos sus aromas. Reservamos.
En un bol mezclamos el resto de ingredientes (salvo el cabello de ángel) y vamos mezclando. Cuando la manteca esté templada, la añadimos también y acabamos de amasar sobre la mesa. Verás que es una masa fácil de trabajar, agradecida.
Dejamos reposar la masa durante una hora en un bol cubierto para que la harina absorba bien todos los líquidos.
Pasado ese tiempo iremos cogiendo pellizcos de masa de unos 20 gramos y haciendo bolitas con ellos.
Los extendemos sobre la mesa con un rodillo hasta conseguir una forma elíptica. Han de quedar finos, pero no como el papel, porque no queremos que se rompan. Si ves que se pegan mucho, enharina ligeramente la mesa, pero ten cuidado porque con un exceso de harina será más difícil lograr después que se sellen correctamente.
Muchos borrachuelos presentan una superficie acanalada. Se puede conseguir con un rodillo especial o imitarla pasando un tenedor por uno de los lados.
Deja la parte acanalada hacia el exterior y, en el otro lado, dispón en el centro una cucharilla de cabello de ángel.
Séllalos igual que una empanadilla. Para que los bordes no se abran basta con apretar con los dedos, no es necesario emplear un tenedor. Pero a tu gusto.
Fríelos en una sartén honda o en un cazo con aceite abundante. Han de quedar cubiertos. El aceite ha de estar caliente, pero no al máximo. De 0 a 10, en el 8. Deja que los borrachuelos se doren bien un rato por cada lado, aproximadamente medio minuto, aunque más que el tiempo, importa el color. Cuando estén bien dorados, llévalos a una fuente con papel de cocina para absorber el exceso de aceite.
En cuanto hayan enfriado un poco cógelos con los dedos y rebózalos en azúcar. Listos. Calientes, fríos, templados, hoy, mañana o pasado. Cuando quieras. Te va a costar parar.