Bate en un bol los huevos con el azúcar y la ralladura de limón hasta conseguir una mezcla espumosa. Con 5 minutos con la batidora de varillas o un robot de cocina, llega. Si vas a mano, te harán falta 15 minutos y alguna energía.
Sigue batiendo al tiempo que añades la mantequilla (previamente derretida en un cazo o en el microondas) y la leche. Otros 3 minutos.
Añade la harina, la sal y la levadura química. Bate suavemente unos minutos más hasta conseguir una mezcla cremosa y homogénea.
Deja reposar la masa en un bol cubierto en la nevera entre 45 y 60 minutos.
Prepara los moldes sobre una bandeja de horno, dejando espacio entre ellos para evitar que se peguen. Pon una cápsula de papel dentro de cada molde de silicona, o en los huecos del molde metálico. Sin un soporte, las cápsulas de papel, solas, se expanden durante el horneado y no guardan la forma.
Con un cucharón, una jarra o una manga pastelera (el cucharón va perfecto), vete rellenando cada una de las cápsulas. No las llenes hasta arriba, pero sí hasta las cuatro quintas partes.
Si buscas una forma perfecta, ya está, no espolverees con azúcar. Si te gusta ese toque del azúcar caramelizado (a nosotros sí), espolvorea con un poco de azúcar la parte superior. Si te pasas de azúcar, actuará como una barrera y la masa crecerá por donde pueda, generando algún que otro chorretón. Da igual, están muy buenos.
Introduce la bandeja en el horno, precalentado a 200 grados, a media altura con calor arriba y abajo y sin ventilador. En 20 o 25 minutos estarán listas.
Sácalas de los moldes de silicona o metal cuando puedas y déjalas enfriar sobre una rejilla.