La noche antes prepara el prefermento. Déjalo en un cuenco a temperatura ambiente unas horas y cuando empiece a fermentar, mételo tapado en la nevera. Sácalo del frigorífico una hora antes de utilizarlo.
Mezcla los ingredientes en un bol hasta que se absorba el líquido. Llévalos a la mesa y amasa. Verás que, por la baja hidratación, tendrás una masa bastante dura. Aplícate con las dos manos durante diez minutos o, si te resulta demasiado esfuerzo, estira con un rodillo y vete plegando y volviendo a estirar. Es otro sistema de amasado que funciona bien con estos panes.
Dale un descanso de diez minutos y vuelva a amasar cinco minutos más.
Forma una bola y déjala reposar en un bol tapado, a temperatura ambiente, entre una 1,5 y 2 horas, dependiendo del calor de tu cocina.
Dispón la bola sobre la encimera enharinada y aplánala sobre la mesa con el rodillo hasta conseguir una torta redonda de dos dedos de grosor.
Con la cuchilla de panadero, haz varios cortes sobre el pan con formas geométricas. Cubre con un paño limpio y deja reposar la pieza otra media hora. Mientras, precalienta el horno a 180 grados.
Mójate las manos con agua y humedece levemente con ellas la parte superior de la hogaza, evitando los cortes. La humedad contribuirá a darle a la corteza su color.
Con una brocheta o un elemento similar, haz pequeños agujeros en la superficie del pan. Puedes hornearlo sin ellos, pero funcionarán como pequeñas chimeneas y contribuirán a evitar que el pan rompa por donde no debe.
Hornea durante 35 o 40 minutos a 180º, hasta que esté dorado. Deja enfriar sobre una rejilla y a por él. Si lo conservas en una panera tendrás pan fresco para varios días.