Pon los 400 g de harina integral de espelta en un bol grande.
Añade la levadura y la sal, mezcla y crea un “volcán”, es decir, haz un agujero en el centro.
Añade la mitad del agua en el agujero y mezcla con las manos un poco (si lo prefieres, puedes usar una pala de madera para mezclar).
Añade el resto del agua poco a poco, sin dejar de remover e integrando bien la harina con el agua.
Espolvorea la mesa con un poco de harina y pasa la masa del bol a la superficie de trabajo.
Amasa durante unos 10 minutos. Para amasar lo que suelo hacer es coger un pellizco de la parte superior, estirar con cuidado hasta el centro de la masa y aplastar suavemente. Después muevo la masa en el sentido de las agujas del reloj y repito la operación: cojo un pellizco de la parte superior, estiro hasta el centro, aplasto suavemente, muevo en el sentido de las agujas del reloj. Ya sabes: coger, estirar, aplastar y mover. Así unos 8 o 10 minutos, hasta que veas que obtienes una masa un poco pegajosa, pero firme.
Haz una bola con la masa e introdúcela nuevamente en el bol. Tapa con un paño limpio y deja reposar a temperatura ambiente aproximadamente una hora y media o dos. Verás que la masa dobla su tamaño.
Si es necesario, vuelve a espolvorear la mesa de trabajo con un poco de harina. Divide la masa en 2 o 3 porciones en función de si te gusta una pizza más gruesa o más fina. Yo la he dividido en dos y una la he congelado para otra ocasión.
Aplana la masa un poco con las manos y después utiliza un rodillo de madera hasta conseguir el grosor y forma que desees.
¡Es hora de hornear! Precalienta el horno a 180º arriba y abajo mientras preparas la pizza. Añade un poco de tomate en la base, esparce los ingredientes y hornea la pizza durante unos 20 minutos (el tiempo total dependerá de tu horno, pero cuando veas que la base está dorada y los ingredientes hechos, puedes sacarla).