Yo no pedí una rebanada de falso techo


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Yo no pedí una rebanada de falso techo

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Sobre esta receta

El hombre del bigote salió del bar con mirada hostil –sin duda el camarero ya le había dicho algo- y enfiló hacia la mesa de la terraza.

-Me dice el camarero que quiere hablar conmigo.
-¿Es usted el director del establecimiento?
-Sí, soy el dueño del bar. Qué desea el señor.
-Señor Cotino.
-¿Qué?
-Que me llame señor Cotino.
– Ya. Qué le pasa.
-Pues que he pedido tostadas.
-Y ahí las tiene.
-¿Dónde?- preguntó Jacinto frente a un plato con dos tostadas.

El dueño del bar miró al cielo como solo los autónomos hipotecados saben mirar, sacando paciencia de donde no la hay para evitar que sus hijos fueran a visitarlo a la cárcel por dos malditas tostadas.

-Están en su plato, señor, ¿tienen algún problema?
-¿Esto?- preguntó Jacinto señalando despreciativo con su meñique- No, señor, yo he pedido tostadas, no un falso techo.
-Mire, si tienen algún problema las tostadas se las cambio por otras. Son las mismas que toman otros clientes y nadie se ha quejado.

Desde la mesa de al lado una señora que comía las suyas seguía con curiosidad la conversación. Jacinto la miró.

-Si a los animales de cerda les gusta su rancho es su problema –la señora miró bruscamente hacia otro lado- pero insisto en que esto no son tostadas.

Jacinto cruzó los dedos de las manos sobre su abultado abdomen y entrecerró los ojos en pose doctrinal.

-Sus tostadas pueden valer de yesca para hacer fuego, o para que usted se fume las migas. Úselas para lijar parqué o para aislar paredes. Las de verdad, querido amigo, nada tienen que ver con esta porquería. El pan huele a pan, se corta con el ancho que uno quiere y que en mi caso son dos dedos gordos, y se dora en la sartén con mantequilla, no como las suyas, salidas de un crematorio. El pan de verdad se convierte en un generoso colchón sobre el que reposan las mieles y mermeladas, los quesos y embutidos, en el que descansa el alma hambrienta. Esto que usted sirve es una lija más áspera que la lengua de un gato disecado.

Abrió los ojos con una sonrisa y vio que el hombre del bigote tenía los suyos muy achinados y que gotas de sudor le resbalaban por la frente.

-Llévese eso- le ordenó Jacinto con deprecio- y no ose volver a dirigirme la palabra mientras no sepa hacer un pan de molde decente.

El dueño del bar apretó los puños con odio y durante un segundo pensó en su familia, con la que ya solo podría hablar a través del teléfono de la cabina de la prisión.

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